RELATO: 5 horas esperándote

Una copa de vino que se cae, rompe en mil trozos, miles de estrellas fugaces se precipitan en la más hermosa lluvia. Los cristales rotos, como copos de nieve sobre el tejado de una casa abandonada, esperan con el polvo de las navidades que ya no vendrán. El blanco inmaculado de la alfombra pierde toda su pureza con esa mancha alarmante, de color rojizo, que se extiende sin poderla detener, impasible, impávida, indiferente a todo lo que ocurre a su alrededor.
Los sentimientos me golpean como las ondas del mar golpean con furia una embarcación ruinosa, que no puede tardar mucho en irse a pique.

Ahora esperar.

Y te pregunto dónde están todas las promesas de eternidad. El seguro de nuestro futuro, de que el amor rompe todas las fronteras. Dime dónde está todo el prometido, que voy ahora mismo y lo llevo a tu lado. Dime qué puedo hacer para retroceder en el tiempo, que me jurarás de veras nuestro futuro. Dime qué puedo hacer para que los barcos de papel no se fundan en la corriente del río de los juramentos incumplidos.
¿Dónde están ahora esas promesas?

Y ahora esperar.

Millones de caras, gestos, preguntas que me aturden. Lo tuyo es tuyo, lo mío es mío, todo es nuestro, pero compartir este dolor se hace insoportable. El tedio del aburrimiento, de no saber se subes o bajas, se vas o vuelves, si quieres que algo pase o te da miedo que salga mal. Sentimientos de culpa imposibles. Un millón de preguntas que hacerle al destino, que parece que juega con nuestras cartas de futuro al despiste. Que un día nos da la felicidad y al siguiente nos quita lo más importante para vivir.

Y ahora esperar.

Y si no hubiese querido decir adiós, las lágrimas de aquella mañana no se fundirían con la lluvia de ese maldito día. Si no hubiese querido decir adiós, no estaría ahora lamentándome de esa estúpida hora, de la pelea, de la discusión. Si no hubiese querido decir adiós, si no me hubiese enfadado, no cruzarías sin mirar, después de gritarme. Si no me hubiese despedido y después lamentase de esa decisión, no gritaría tu nombre ni correría detrás de ti. Si no me hubiese lamentado de aquella decisión, no maldeciría aquel semáforo, ni aquel coche, ni tu deseo de huir aquella mañana… y de dudar tu decisión justo en ese momento.

Y ahora esperar.

Solo pienso que quizás un abrazo, un beso, o sólo una palabra de cariño pudo cambiar el dolor que siento, que no es poco. Contigo aprendí a vivir, a amar, a que no hace falta decir te quiero si de verdad lo demuestras, que no hace falta pedir perdón a quien quieres de verdad. Contigo aprendí que da igual quien me falle, tú estás a mi lado. Me enseñaste a ver siempre el vaso medio lleno, aunque sólo tuviera una gota de agua, ¿y si no hay ni una gota?, no importa, siempre estará lleno de aire.
Ese abrazo, beso o palabra pudo no cambiar nada, pero también pudo cambiarlo todo. Lo único que sé es el dolor que sentí al ver de lejos tu cuerpo allí tirado, gritos y lloros, tus ojos perdidos, mirando al infinito.
La gente pasa a mi lado, como se fuera invisible. O un fantasma. Un ente insignificante. Más gritos y más lloros, pitiditos de sirenas estridentes, hierros tirados por doquier. Alguien apartándome de tu lado, yo gritando y resistiéndome, sin querer irme, sin poder parar de abrazarte. Unas manos fuertes ayudándome a subir a algún sitio, y yo desesperada, mirando a mi amor. Que yace y espera, y yo espero y desespero.

Y ahora esperar.

En la sala de espera lo real y lo irreal están juntos. La esperanza y la derrota. La felicidad y la agonía. En el tiempo que llevo en ella, vi amor, fracaso, abrazos, besos... En un cuarto tan pequeño conviven todos los sentimientos, las oraciones más sinceras, los perdones de verdad y los te amo más reales. En la sala de espera se concentra la mayor parte de la angustia de todo mundo, la mayor cantidad de pájaros enjaulados, recorriendo su cárcel de punta a punta, deseando escapar, volver a la libertad.
Miro a mi al rededor, se describe la agonía en los dibujos de mármol de las paredes. En el suelo, un mar de lágrimas de toda la gente que espera y desespera, sin llegar a tener noticias de quien quiere y por quien espera. A pesar de todo, sólo puedo pensar que no hice lo que pude. Que tenía la posibilidad de arreglarlo y que no supe, que yo soy la única culpable de que estés tú allí.
Aparecen por el pasillo. Me llaman. Me llevan a tu lado. Descansas como dormido en una habitación blanca, sólo hay máquinas y una ventana abierta.

—Hola mi amor— digo corriendo hacia el infinito.

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